El Barba Castilla  

Publicado por Fredagrico

"Voy a sus huesos verdes con un iluminado destino de semilla". M. J. Castilla

Nació en la casa ferroviaria de la Estación de Cerrillos (Salta), el día 14 de agosto de 1918.  

Se dedicó al periodismo y las letras. Es uno de los escritores fundadores del grupo "La Carpa". Además de sus colaboraciones en diarios y revistas nacionales, publicó los siguientes poemarios:

Agua de lluvia (1941), Luna Muerta (1944), La niebla y el árbol (1946), Copajira (1949,1964, 1974), La tierra de uno (1951, 1964), Norte adentro (1954), El cielo lejos (1959), Bajo las lentas nubes (1963), Amantes bajo la lluvia (1963), Posesión entre pájaros (1966), Andenes al ocaso (1967), Tres veranos (1970), El verde vuelve (1970) y Cantos del gozante (1972), Triste de la lluvia (1977), Cuatro Carnavales (1979). También publicó un texto en prosa: De solo estar (dos ediciones en 1957) y el libro Coplas de Salta (1972, con prólogo y recopilación de Castilla).

En el estimonio de Andrés Mendieta (periodista - El Intransigente): 

 “Es el poeta que menos murió al morir” 

Wilhelm Apollinaire de Kostrowitsky (1880-1918)

"A este grande de las letras argentinas lo conocí desde que me vestían con pantalones cortos en el desaparecido diario “El Intransigente”, donde mi padre ocupaba la subdirección desde los veintidós años, secundándolo a David Michel Torino. Fui creciendo y siempre admirando a este ejemplar que interrumpía su teclear en la negra “Rémington” para acariciarse su barba y levantarse los cabellos que se le caían sobre la frente."
"Veintitrés años han pasado y su obra se mantiene fresca y vigente. La voz del poeta que se silenció el l9 de julio de 1980 es oída casi con la misma intensidad con que recitaba sus versos con sus compañeros de la redacción del diario, en las trasnochadas reuniones con los vates junto a Juan Carlos Dávalos, o en las carpas de su Cerrillo natal."
"El “Barba” hacía bizarría de su ingenio. Por los avatares políticos en cierta oportunidad el gobierno, a los efectos de silenciar la constante oposición que le hacía la publicación, dispuso el traslado de todos los periodistas y gráficos para prestar declaración ante el Congreso de la Nación al sentirse un legislador “tocado” por un artículo del diario. La censura no tuvo efecto a raíz que se contrataron linotipistas y armadores de otras provincias y el material periodístico era escrito por estudiantes, amigos y distinguidos profesionales."
"Aquí aparece la chispa de Manuel. Parodiando a una canción de moda escribió lo siguiente:

Adiós muchachos ya me voy para Devoto…
frente a la cana, me silva el coto
”.

"Años después fue clausurado “El Intransigente” y cambió el bullicio de las rotativas para dedicarse a vender choclos y zapallos frente a la plaza “9 de Julio”y a escasos metros del Cabildo Histórico, sitio que era rodeado por prestigiosos escritores del momento y de sus hijos que heredaron su veta literaria..
En 1956, “El Intransigente” vuelve a vocearse por las calles de Salta y el destino me lleva a ser compañero del Barba Castilla, junto a Raúl Aráoz Anzoátegui; Aristóbulo Wayar, Ervar Gallo Mendoza, Miguel Ángel Pérez, Walter Adet, Jacobo Regen, Víctor Abán., Benjamín Toro y Luis Andolfi. Por mi juventud era mimado por el poeta, autor de numerosas obras que lo hicieron acreedor de importantes premios. Entre los libros editados se puede mencionar, entre otros: “Agua de lluvia”, “La niebla y el árbol”, Copajira”, “La tierra de uno”, “Norte adentro”, “El cielo lejos”, “Bajo las lentas nubes”, “Cantos del gozante” y “Tres veranos”.

"Al mediodía con un “vamos changuito” partíamos a comer picante de panza con algunos compañeros de la mesa de redacción al boliche de “Balderrama”, siendo los únicos privilegiados entre los parroquianos -en su mayoría obreros y aurigas de coches de plaza-, de comer con improvisados manteles productos de tiras de papel que extraíamos de las bobinas de nuestra fuente de trabajo."


Recuerdos del Barbudo
Por Luis Andolfi, de la redacción de El Tribuno

"El miércoles se cumplieron veinte años de la muerte de Manuel J. Castilla, poeta por donde se lo buscara, autor de libros fundamentales de nuestra lírica, como "Copajira" y "Cantos del gozante", entre otros. También prosista singular, el "Barbudo" nos dejó "De solo estar". Hoy lo recuerdo a través de algunas anécdotas y de algunos momentos por él mismo contados. Fue autor de muchos bellos libros de poemas, como "Agua de lluvia", "Luna muerta", "La niebla y el árbol", "Copajira", "Bajo las lentas nubes", "Andenes al ocaso", y "Cantos del gozante". Y de una obra en prosa de rara maestría: "De solo estar". Manuel J. Castilla, que también fue periodista, titiritero y trotamundos, mereció las más importantes distinciones que en el país se otorgan a los escritores. Desde el Primer Premio Regional del Norte (1954/56), hasta el Primer Premio de la Fundación Michel Torino (1964); desde el Primer Premio Nacional de Poesía (1970/72) hasta el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (1973). Pero el más alto reconocimiento fue el ser considerado el poeta de Salta. "

"¿Cómo y cuándo le nació el ser poeta? Contaba el Barbudo que esa vocación le venía de lejos. En un olvidado reportaje -de los pocos que dio en su vida- recordaba: "Estaría yo por el segundo grado de la escuela primaria, cuando una vez me despertó como si fuera de golpe. Fue leyendo en un libro de texto que se llamaba "El sembrador", una poesía de Luis Franco, "La calandria". No sé bien por qué, pero fue a partir de ahí que nació en mí el deseo de escribir. Ya más tarde, hacia los 15 años, borroneaba tenazmente tremendas cuartillas muy malas. Aunque deseaba fervientemente que fueran buenas".
Reconocía el poeta que los temas que entonces lo inspiraban eran los que estaban próximos a su sensibilidad de chico: la madre, los hermanos, la llegada de las distintas estaciones, las rosas, la lluvia. "Cosas así", decía."

"Cuando juntó quince poemitas su madre le pagó una edición en una tirada de apenas veinte ejemplares. El libro se llamaba "Adolescencia", y de él no quedaron rastros."

"Después, cuando llegaron horas tristes, como la muerte de su hermano, se le hizo más fuerte la necesidad de escribir. Esos poemitas de adolescente fueron el asunto de una conferencia suya, que tituló "Un poeta niño, lejos". En esa charla hablaba de su vocación inicial, de su manía de siempre de pasear por los cementerios, y de cómo comenzó a aprender epitafios de memoria. En ese tiempo escribía hasta tres poemas por día, y hasta les ponía la hora a cada uno."

"El muchacho poeta no tenía excelentes relaciones con sus compañeros, que lo miraban como un bicho raro. En una ocasión le dijo a un amigo mientras contemplaba el cielo en una tarde gris: -¡Mirá qué lindo cielo! Y el amigo le contestó: -¡Salí! Parece ropa sucia."

El periodista
"Solía afirmar el Barbudo que él había ingresado al periodismo "por porro". Como la poesía no le dejaba tiempo para estudiar, y no conseguía superar el primer año en el Colegio Nacional (repitió tres veces), su mamá, cansada de que no estudiase, lo envió a buscar empleo."

"Así entró a trabajar, como cadete, en "El Intransigente", diario en el que se quedó treinta y cinco años. Empezó sirviéndoles café a los escribas y, poco a poco, se fue acercando a las Olivetti. Y pagó derecho de piso: pasaba en limpio la lista de las farmacias de turno y de los telegramas retenidos, y el resultado de los partidos de fútbol de las divisiones inferiores.
Más tarde llegó a redactor, y subió hasta editorialista. Y escribía hermosas columnas y notas de color."

La Carpa
"La Carpa fue un movimiento emblemático de nuestra región. Su mentor había sido el poeta jujeño Raúl Galán, y de él participaban, entre otros, Castilla, Nicandro Pereyra, Víctor Massuh, Sara San Martín, José Fernández Molina, María Adela Agudo y Julio Ardiles Gray, al que sus amigos llamaban "Maní gordo". Castilla se acordaba así de "La Carpa": -"El grupo se había formado con la idea de defender al Norte, a la tierra. Cantar todo aquello que había sido manoseado por los malos folkloristas. Luego, algunos siguieron por ese camino y otros tomaron otro tipo de lirismo. Con el sello de "La Carpa" se publicó un libro mío que se llama "La niebla y el árbol". Eran poemas líricos que apuntaban hacia el sentimiento telúrico."

"Después el grupo se deshizo. Ya más tarde apareció en Jujuy la revista "Tarja" que, de alguna manera, la reemplazó."
"Hasta que luego se formó el movimiento en Salta, con poetas locales, y con el Cuchi Leguizamón y José Juan Botelli". El Barbudo, como otros poetas, se embarcó con tenacidad y obsesión en ese ámbito. Así publicó "La tierra de uno". Galán había publicado "Carne de tierra". "

El canto
"El Barbudo, junto con Leguizamón, Falú, Jaime Dávalos, Botelli, fue uno de los que renovaron la canción folklórica. La primera obra que él y el Cuchi hicieron juntos fue "Zamba del pañuelo". Y una canción trajo la otra, y un amigo y otro amigo, como decía. Esta actividad tuvo un Mecenas. Don Vicente H. González auspició por radio El Mundo una audición de Eduardo Falú con glosas del Barba, que se llamaba "El corazón de tierra de la guitarra". Posteriormente apoyó a "Los Fronterizos" en un programa con glosas de César Perdiguero y Castilla, "El canto cuenta su historia", que estuvo vigente tres años. González pagó la edición de "El cielo lejos". A las letras del Barbudo le pusieron música, además del Cuchi y Falú, Rolando Valladares y Fernando Portal, con el que ganó el "Concurso Odol de la Canción" con la zamba "Pastor de nubes". "

"Y con su amigo Pajita García Bes fue titiritero y, como tal, recorrió gran parte de Sudamérica. Y las anécdotas se suman. Como aquella con Nicolás Guillén, que visitó la Argentina en 1947. Una vez en Tucumán el poeta cubano lo escuchó al Barbudo, en una reunión, cantar esa melancólica tonada que dice:

"Siempre i sido divertido, / divertido...". Guillén, asombrado por la tristeza del canto, y ante la risa de los presentes, deslizó con sorna: -"Si esto es ser divertido, chico, ¡cómo cantarás cuando estés alegre''!"

Rasgos de su obra

Juan del Aserradero

Juan del aserradero se ha embriagado
y hace como dos horas que duerme en la vereda.
Ayer Juan ha cobrado
y en el bolsillo apenas si tiene una moneda.
Juan del aserradero
tirado en la vereda
se parece a los perros.
Y para que el solazo no le queme la cara,
y se despierte luego,
el yuchán de la calle
tira sobre sus ojos sombra como un pañuelo.
Chaguanco, como pocos,
Juan del Aserradero
quiere olvidar la sierra
y se duerme en el suelo,
pero la sierra vuela
por encima del pueblo,
se torna una cigarra
y le asierra su sueño.

La Palliri

Qué trabajo más simple que tiene la Palliri.
Sentada sobre el cáliz de su propia pollera,
elige con los ojos unos trozos de roca
que despedaza a golpes de martillo en la tierra.
(Un silencio nocturno le trepa por las trenzas
y oscurece la arcilla de sus manos morenas).
Qué inútil que sería decir que en sus miradas
hay un pozo de sombra y otro pozo de ausencias;
que pudo ser pastora de las nubes
y se quedó en minera,
que pudo hilar sus sueños por las cumbres
viendo bailar la rueca.
La Palliri no canta
ni tampoco hila sueños.
La mirada en la tierra
y en la cabeza el cielo
de mañana y de tarde
busca sólo el silencio
y cuando está a su lado
lo quiebra contra el suelo.
Y no sabe que a ratos, entre sus brazos recios,
se le duerme el martillo como un niño de hierro.

Entierro de Baltasar Guzmán

              Al compadre de don Balta, Medardo Sarmiento.
Voy delante de todos, sin jinete, en este entierro,
detrás de mí viene mi dueño.
Don Baltasar Guzmán viene dormido.
Ya nadie me sujeta.
Nadie apaga la espuma de mi freno y de mi brío,
siento los guardamontes como un cuervo baleado encima mío.
Como una espuela negra
algo se clava en mis ijares
pero sobre mi lomo ya no hay nadie.
Algo que es un remoto recuerdo de tonada
me toca las caronas con un escalofrío.
Ahora que lo llevo ya sin peso a la muerte como a un pétalo
son un granizo tibio sus espuelas.
La brea en flor caída
le doraba las huellas en su Juramento
y el crespín le entregaba gota a gota balidos de rocío.
Me sigue con su sombra, pero echada.
Yo recuerdo por él, que no recuerda.

Evangelina Gutiérrez

              A Eduardo Pacheco
Evangelina Gutiérrez
cuchillo en mano deschala
y siente que todo el aire
a su lado se azucara.
Miel de palo, su dulzura
por sus trenzas se derrama.
En sus ojos el machete
es como un tajo de plata
y en su cintura se entibia
madura ya la mañana.
En el lote Arrayanal,
Ingenio de La Esperanza,
a cada golpe el machete
le va cortando la infancia.
Evangelina Gutiérrez,
tallo de arena en La Quiaca,
cosecha para el ingenio
flores de azúcar quemada.
Trapiche: párate ya,
no te dejes cortar, caña.
La noche llora rocío
salado como una lágrima
y el aire se pone luto
tordo cruceño en las alas
porque están moliendo el sueño
de Evangelina en la zafra.
En el lote Arrayanal,
Ingenio de La Esperanza.

Suelo sentir la vida

 
Suelo sentir la vida echándose en mis hombros.
Que lo que ella me entrega se me vuelve hermosura
y voy alegre por mi provincia como si dentro el sueño me mojase la lluvia.
Parece que mi cuerpo fuera andando enmelado
y todo lo que he visto lo estuviera llevando para sembrarlo lejos
igual que una semilla pegada a los caballos vagabundos.
Ayer pasé mojando el lila del crepúsculo
y anduve largamente rodeado por la luz despedida del olvido
y cuando me quedé en la baba de los bueyes echados y pastando
entré a la tierra como una araña por su tela, apedreada.
Como toda la savia me rozaba por dentro
desde la flor dorada de los sunchos de abril trepé en néctar y abejas
y endulcé arriba el silencioso caracol volando de los cuervos.
Me fui por la Quebrada del Toro, pedregosa,
y herido por las pencas
dejé gota tras gota floreciendo los pastos de las cumbres.
Todo está ahora como viniendo desde mi júbilo.
El cielo en los corderos espumosos y su morado duro en las ciruelas,
la corona de la granada sin su reino pequeño y destronada,
las llamas que me miran con su distancia de salina dormida,
la sensitiva que oye si le hablan antes de tocarla, y se cierra,
el hombre que en el monte ve dormitar el fuego
y lo tapa en el alba con su propia ceniza pensativa
y que después, si canta, queda como yo estoy ahora, iluminado,
soltando de sus huesos asustantes faroles en la noche.
Como soy vida verde me arrimo por la coca hasta los labios de las adivinas,
me ahogo en sus presagios que me quieren matar y que no pueden
hasta que ya dormidas me dan una arrugada y larga buena suerte.
Después, metido en el pecho dorado de los días, toco el viento.
Parece que naciera de las crines de un potro,
que fuera, joven, un río de cauces soterrados que trepa
y cae desde los temblorosos caudales de mi savia a la tierra.
Suelo sentir la vida echándose a mis hombros.
 

El Gozante

 
Me dejo estar sobre la tierra porque soy el gozante.
El que bajo las nubes se queda silencioso.
Pienso: si alguno me tocara las manos
se iría enloquecido de eternidad,
húmedo de astros lilas, relucientes.
Estoy solo de espaldas transformándome.
En este mismo instante un saurio me envejece y soy leña
y miro por los ojos de las alas de las mariposas
un ocaso vinoso y transparente.
En mis ojos cobijo todo el ramaje vivo del quebracho.
De mí nacen los gérmenes de todas las semilla y los riego llorando con rocío.
 
Sé que en este momento, dentro mío,
Nace el viento como un enardecido río de uñas y de agua.
Dentro del monte yazgo preñado de quietudes furiosas.
A veces un lapacho me corona con flores blancas
y me bebo esa leche como si fuera el niño más viejo de la tierra.
 
Miro los cachos del banano,
veo arañar sus dulces dedos de oro
y en las sandías
los genitales verdes del verano llenan mi corazón de poblaciones.
Siento que estoy tapado por luciérnagas
y que en mi pelo crece la niñez del relámpago.
 
Lo que pisa mi piel igual que arena lo traga para siempre.
La sombra de los pájaros es como un agua negra que acaricia mi nuca,
una hormiga me deja su ají breve en la boca
y me voy a los tumbos en la noche
por el agujereado camino de los sapos.
 
¿Quién me arrima la paz de la tortuga?
¿Quién desempoza el tiempo de su cáscara?
 
Soy el que por la piedra lechosa del quirquincho
bebe en miel las abejas
como el rocío maduro de la música.
¿A dónde irán mis ojos llenos de hojas?
¿Por dónde en ellos vagará el cielo yéndose?
 
Me mira Dios y sé que aquí, yaciendo,
lo estoy haciendo despaciosamente.
 
De cara al infinito
Siento que pone huevos sobre mi pecho el tiempo.
Si se me antoja, digo, si esperase un momento,
puedo dejar que encima de mis ingles
amamante la luna sus colmillos pequeños.
 
Miren mis ojos cuando estoy pensando a ver si es que les miento.
Zorros, la cola como cortaderas,
gualacates rocosos,
corzuelas con sus ángeles temblando a su costado,
garzas meditabundas,
yararás despielándose,
acatancas rodando la bosta de su mundo,
todo eso está en mis ojos que ven mi propia triste nada y mi alegría.
 
Después, si ya estoy muerto,
Échenme arena y agua. Así regreso.

La casa

Ese que va por esa casa muerta
y que en la noche por la galería
recuerda aquella tarde en que llovía
mientras empuja la pesada puerta,
ese que ve por la ventana abierta
llegar en gris como hace mucho el día
y que no ve que su melancolía
hace la casa mucho más desierta,
ese que amanecido, con el vino,
se arrima alucinado al mandarino
y con su corazón lo va tanteando,
ese ya no es, aunque parezca cierto,
es un Manuel Castilla que se ha muerto
y en esa casa está resucitando.


Plaza

En esta plaza crece alta la hierba.
El viento la toca y la inclina levemente
cuando dos niños cruzan su único camino
perdidos en su edad y entre flores breves
y hojas recién doradas cayendo.
La vida, la única vida, está en el cielo gris de la
tarde, yéndose.
Cuando oscurece y la noche tapa los pastizales de la
plaza
la anciana sola de la casa enorme enciende una
lámpara
y es como si echara encima
lenguas de vida blanca, sin carne y en silencio.

Fuentes:
http://www.iruya.com/component/option,com_artistdirectory/task,singleArtist/id,10/Itemid,125/
http://elfolkloreargentino.com/foro/viewtopic.php?p=8291
http://www.locurapoetica.com/LITERATURA/literatura/LITERATURA.htm
Muestras de canciones
Zamba del Pañuelo por El Chaqueño Palavecino

La Pomeña por el Duo Salteño


Balderrama por Guitarrero

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